sábado, 19 de noviembre de 2011

Alfonso García. Volátiles 2007




Volátiles 2007. Aceros de Alfonso García



Celestino Celso Hernández 




Alfonso García presenta en Los Realejos el resultado de su último trabajo escultórico, realizado básicamente en el presente año 2007 y algunas obras en el pasado año 2006. Es precisamente esta primera circunstancia, el lugar donde ofrece la exposición de sus obras, lo que he considerado como primer motivo a tratar en el presente texto, antes  incluso que hablar de las obras, verdaderas protagonistas de la muestra, y de quién les ha dado existencia artística. Se da el caso que Alfonso García no nació en este municipio del norte de Tenerife, ya que lo hizo en Santa Cruz de La Palma el año 1961. Sí formó parte, muy pronto, de la vida de este pueblo del valle de La Orotava. Con apenas cuatro años cumplidos, en 1965, su familia se traslada desde Santa Cruz de Tenerife a Los Realejos, en donde establecen su residencia, y en donde Alfonso cursará sus estudios primarios y de bachillerato. Honra pues a Los Realejos la oportunidad que ha dado a Alfonso para que muestre sus esculturas, ante los que han sido sus vecinos y amigos, y honra también a Alfonso García que haya sabido aceptar esta invitación y que corresponda con una gran muestra de su último trabajo, al que acompaña un amplio Catálogo, editado por el Ayuntamiento de Los Realejos.
Para que aquí no quedara esta relación del escultor con su pueblo de acogida, Alfonso García ha decidido
poner como nombre de dos de sus esculturas sendos títulos de dos obras a su vez de otro personaje de
adopción en Los Realejos. En efecto, dos de las obras que Alfonso presenta llevan por título Lancelot y
Crimen, en memoria de las obras escritas en su día por Agustín Espinosa, que nació en Puerto de la
Cruz en 1897, hace ahora por tanto ciento diez años, y que falleció en Realejo Alto en 1939.
Perteneciente a la Generación del 27, de la que también celebramos su ochenta aniversario, publicó sus
primeros poemas en la revista Castalia, fue fundador de las revistas La Rosa de los Vientos y Gaceta de
Arte, y uno de los firmantes del Manifiesto Surrealista de 1935. Lancelot 28º-7º, del año 1928, ofrece una
visión lúcida, original y desconcertante de la isla de Lanzarote, y  Crimen, de 1934, publicada con una
cubierta del pintor surrealista canario Oscar Domínguez, está considerada como la contribución más
interesante de la prosa surrealista española, junto con La flor de California, de José María Hinojosa.
He tenido oportunidad de seguir la trayectoria artística de Alfonso García prácticamente desde sus inicios.
Aún recuerdo con nitidez nuestra primera conversación, algo corta y sin profundizar en demasía, dado el
desconocimiento entre ambos hasta ese momento, en lo alto de la Casa Ossuna, que se encontraba
frente al nuevo Orfeón La Paz, en donde el amigo Didier mantenía abierta una singular sala de arte. Hasta
el antiguo granero de la Casa, que era su función antes de convertirse en lugar en el que mostrar
exposiciones, sólo se acercaban los auténticos amantes del arte, dado que en particular el último tramo
de acceso a la sala era especialmente inclinado e incluso algo peligroso. Corría un mes de diciembre,
como ahora, aquél del año 1987, por lo que en estas fechas se cumple también un particular aniversario
de veinte años, que ha dado lugar a una amistad que ha superado ya dos décadas y múltiples
acontecimientos felices y también otros cargados de pena y tristeza.
De algún modo Alfonso García realiza su obra para mantener una visión positiva de la vida, para
complementar el tiempo necesario que dedica a su carrera profesional, la que le permite sacar adelante a
su gente y a él mismo, y hasta hacer realidad sus esculturas. También trabaja continuamente Alfonso
para que el tiempo vaya poniendo tierra de por medio a momentos difíciles, para que esa parte de la vida
no se quede con todo el bagaje, al contrario para extraer de esos momentos menos favorables, junto con
el recuerdo, el homenaje a la memoria íntima, la experiencia y las vivencias, que si bien dolorosas,
aporten también una parte al conjunto de su producción artística. Podríamos interpretar de él algo
parecido a lo que llega a decir, con tremenda valentía a sus noventa y cinco años, la grandísima escultora
franco-norteamericana Louise Bourgeois, quien en estas mismas fechas presenta una gran retrospectiva
en la Tate Modern de Londres, que se trasladará más tarde al Centre Pompidou de París, “Mi trabajo es
un exorcismo” (…) “A través del arte, soy capaz de  liberarme de la ansiedad que los recuerdos me
producen”.
Hace ahora algo más de una década que realicé mi último texto sobre la obra de Alfonso García, con
motivo de su exposición titulada oportunamente  Nada, del año 1996, en el Instituto de Estudios
Hispánicos de Puerto de la Cruz, de cuya sección de arte yo era a la sazón responsable. Tocaba ya, por
tanto, volver sobre un amigo, al que unos años antes de esa fecha ya había prestado mi primera atención,
con motivo de su muestra en las Salas de Arte de CajaCanarias, en La Laguna y el Puerto de la Cruz, en
septiembre de 1988. Entonces titulé el texto para aquél Catálogo “La realidad de los sueños: Alfonso
García muestra su universo”. Ese mismo año 88 tuvimos una nueva oportunidad de compartir nuestros
respectivos trabajos profesionales, mediante la participación en la calle de San Juan de Puerto de la Cruz,
con una experiencia colectiva de esculturas en la calle, coincidiendo con el 7º Festival internacional de
cine ecológico y de la naturaleza de Canarias. Alfonso participó con una obra en metal, pintada en rojo, y titulada Swayambhu, título que tomó de un monte de Katmandú, en el que se encuentra el tempo de
Swayambhunath, a donde el escultor había viajado un año antes.
Aprovecha Alfonso esta nueva oportunidad de ahora para hacer un recorrido por la obra de algunos
escultores, a los que él muestra manifiesto acercamiento. Tanto que, incluso, ha puesto como título de
algunas de las esculturas los nombres de dichos artistas. Porque aquí están, por citar algunos casos, los
aeróvoros de Martín Chirino, o para decir mejor, el vuelo del metal que Alfonso obtiene de las
sensaciones que le transmite la contemplación de las esculturas aéreas de Chirino. Y también están, sí,
las jaulas de Pepe Abad, es decir las estructuras rectangulares a modo de jaulas verticales u horizontales,
formadas por perfiles metálicos con los lados abiertos, que Abad utilizara tanto en su primera obra en
madera, como después en sus obras en metal, y que Alfonso recoge para plantear algunas de sus
creaciones. Y del mismo modo, Alfonso ofrece su particular homenaje, o reconocimiento, a las
aportaciones que han hecho a su propia obra, a su evolución, otros escultores como Eduardo Chillida.
También está su recuerdo para una gran mujer del arte en Canarias, Maud Bonneaud, a quien tuvo
oportunidad de conocer e incluso de atender profesionalmente, en la última etapa de su vida,
compartiendo tiempos de paciente y de ánimo, de ahí Los pasos perdidos de Maud.
En una entrevista reciente, concedida al escritor Marcelo Flores, para la revista brasileña de poesía  y
cultura Sibila –año 7, nº 12, junio de 2007-, y titulada A exploração da intemperie, Alfonso García hace
declaración expresa de su modo particular de enfrentarse al proceso de trabajo escultórico, a la materia
que elige, y también sobre los artistas de los que más cerca se siente, y cuyas aportaciones sigue con
particular interés: “É claro que trabalho a partir da consciência retomada e resolvida da dicotomia entre
talhado e modelado, e a partir da preferência pelo trabalho escultórico feito com ferramentas e seus usos
em distintos materiais (do cinzel e do martelo, da escorfina e do escopro, ou talhadeira, até o corte de
plasma e a soldagem TIG [Tungsten Inert Gas]) (…) Entre os artistas espanhóis que prefiro estão:
Picasso, Gargallo, Ferran, Ferreira, Oteiza, Chillida, González, Chirino, Abad, Aguilar, Plensa.
Fundamentalmente, são autores que, por meio da linguagem escultórica e usando diferentes apoios
tridimensionais, exploram as possibilidades metafóricas da memória, dos significados”.
Buena parte de las obras que presenta Alfonso García se reúnen bajo un título genérico, VOLATILES,
pues en verdad se trata de piezas de metal que quedan suspendidas o balanceantes, como algo etéreo,
pese a la característica del material con que están hechas. Incluso el escultor las deja sueltas en algunos
casos, para que el espectador pueda tener la oportunidad de modificarles la posición, distinta a la que el
artista había elegido (al menos de pensar en esa posibilidad, o de incluso de llevarla a cabo si decide que
la misma forme parte de su patrimonio personal). Son obras realizadas en acero, cortén e inoxidable. Y
son también verdaderos trazos en el aire, realizados con un lápiz que es metal, líneas que recorren el
espacio que nos rodea, a voluntad del giro o posturas diferentes que Alfonso les ha prefijado. En
ocasiones pareciera como si hubiese optado por sujetarlas a una estructura geométrica, y que fueran
ellas, las formas metálicas, las que pugnasen por desbordar la estructura, rectángulo vertical que las
soporta o de la que surgen, y a la que habían sido  asignadas. Forman incluso pareja, en algún caso
concreto, o una tetralogía, como si de formas musicales, y hasta de una partitura en metal, se tratase.
Junto a las realizaciones con clara vocación a la síntesis, al trazo limpio que marca la varilla de metal, se
encuentra también una obra de Alfonso García cuya vocación está claramente dirigida al adorno. Hay, es
cierto, una variante en toda la obra de Alfonso que tiende a una orientación barroca. Se puede descubrir
incluso en ciertos elementos que persisten, o elementos recurrentes, que aparecen en sus obras, sin que
el escultor los llegue a convocar expresamente. Es el caso, por ejemplo, de tres resaltes o ligeros
pronunciamientos que salen del lateral de sus obras, y que se pueden descubrir de modo claro en alguna
de sus esculturas monumentales, instaladas en lugares públicos.
También para esta muestra Alfonso aporta, junto al  conjunto de piezas exentas y las diseñadas para
pared, un par de piezas monumentales, realizadas en hierro, que nos ayudan a situar a Alfonso García en
una apuesta comprometida, dentro del repertorio de  obra monumental que podemos encontrar por
múltiples lugares de las islas. Alfonso parece aquí, en estas obras de gran formato, deleitarse con el
material, con su tratamiento, con el tiempo invertido en el taller, entre cortes y soldadura. En verdad,
desde sus comienzos esa fue una de sus pasiones, primero en la talla de la piedra lapilli, luego realizando
obras con callaos, a continuación experimentado con el hierro forjado, más tarde profundizando en la talla
en madera, y ahora de nuevo pasándoselo en grande entre planchas y varillas de hierro y acero. En
resumidas cuentas, se trata de atreverse a caminar aprendiendo, indagando y aplicando los resultados
obtenidos. Comprometerse en primer lugar con su propio discurso, creerse que puede contarlo, que
merece la pena que sea visto por otros, que puedan a su vez valorarlo o criticarlo.
Qué acertadas nos parecen, llegados a este punto, las afirmaciones de Juan Hidalgo, no sólo aplicables
al presente caso, sino al de muchos otros creadores plásticos, y sobre todo a los artistas de las islas, que
encuentran en efecto mil y una dificultades para desarrollar su obra, lo que no debiera suponer en
cualquier caso un impedimento definitivo para que el público la llegue a conocer. Responde Juan Hidalgo,
a preguntas de Mariano de Santa Ana, en entrevista que éste le realiza en el periódico La Provincia-Diario de Las Palmas, con ocasión de haber cumplido recientemente setenta años: “Si estás pensando que
tienen que entender pierdes mucho tiempo. Lo interesante es que te entiendas a ti mismo, si puedes. (…)
Si un artista pretende que le entiendan porque sino no se siente artista, eso es el final del arte. No hay
reglas dentro del mundo del arte”.


http://alfonsogarcia.org/bibliografia-CelestinoHdez-LosRealejos2007.pdf

No hay comentarios:

Publicar un comentario